8 de septiembre de 2025 - 18:29 Por Fiamma Tognoli La administración Trump intensificó su presión militar sobre Venezuela con un despliegue sin precedentes en el Caribe. En las últimas semanas, EE.UU. ha enviado al área diez cazas F-35 a Puerto Rico, sumándose a una fuerza naval que incluye tres destructores clase Arleigh Burke, un crucero lanzamisiles (USS Lake Erie), un submarino nuclear de ataque rápido (USS Newport News) y tres buques anfibios con aproximadamente 4.000 marines a bordo. Este dispositivo representa la mayor concentración naval estadounidense en el hemisferio desde la invasión de Panamá en 1989.
La narrativa oficial
El Pentágono sostiene que la misión está orientada a operaciones antinarcóticos. Sin embargo, el volumen y la naturaleza de las fuerzas desplegadas hacen difícil sostener esa versión. Normalmente, este tipo de tareas recaen en la Guardia Costera; la presencia de destructores y submarinos con misiles Tomahawk sugiere que el objetivo va mucho más allá de la interdicción de drogas. La narrativa oficial se apoya en la declaración de que “el narcotráfico es terrorismo”, lo que otorga un casus belli jurídico y político, y en relación a eso, Washington acusa a Nicolás Maduro de liderar el Cartel de los Soles, designado como organización terrorista extranjera junto al Tren de Aragua.
Operaciones recientes
La tensión escaló tras la destrucción de una lancha rápida venezolana vinculada al Tren de Aragua, que dejó 11 muertos. Este ataque fue calificado por Trump como un “golpe decisivo” contra el narcotráfico, marcando la primera aplicación práctica de la nueva política. Pocas horas después, dos cazas venezolanos hostigaron al destructor USS Jason Dunham en aguas del Caribe, lo que llevó al presidente a advertir que cualquier aeronave que represente una amenaza será derribada.
En Caracas, el régimen reaccionó denunciando “la mayor amenaza en 100 años” contra América Latina, desplegando 15.000 soldados en la frontera con Colombia y movilizando buques hacia un puerto petrolero estratégico. Maduro convocó a su milicia civil. En un mensaje televisado, pidió diálogo y respeto a Washington, insistiendo en que Venezuela “no produce cocaína” y que lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, también aseguró que el país está preparado para “la lucha armada” en defensa del territorio, y que EE.UU. busca forzar un cambio de régimen.
Opciones estratégicas para Estados Unidos
El despliegue actual ofrece a Trump múltiples caminos: bombardear instalaciones del régimen o relacionadas al narcotráfico, bloquear rutas marítimas, provocar divisiones en las Fuerzas Armadas o incluso, en caso de una fractura interna, asistir en una operación relámpago para capturar a Maduro. La recompensa de 50 millones de dólares por su arresto, mayor a la ofrecida por Bin Laden, agrega un incentivo extra para eventuales deserciones. La estrategia más probable se centra en ataques aéreos de precisión a instituciones políticas, ya que tomar Caracas sería costoso y complicado.
Implicaciones regionales
Al mismo tiempo, el mensaje trasciende Venezuela: Colombia teme una “decertificación” como socio antidrogas, con Petro cuestionando el accionar de EE.UU., Panamá recibió la señal con el tránsito del Lake Erie por el canal, y México enfrenta presiones directas mediante aranceles y declaraciones públicas, mientras el secretario de Estado Marco Rubio recorre la región.
El Caribe vive hoy la mayor militarización en décadas. Con cazas furtivos en Puerto Rico, destructores frente a las costas venezolanas y una doctrina que equipara narcotráfico con terrorismo, EE.UU. reposiciona al hemisferio en su mapa estratégico. Con el músculo aéreo y naval de EE.UU. ya en posición, Maduro enfrenta por primera vez en años un escenario en el que la amenaza de un golpe militar directo dejó de ser retórica y se volvió una opción tangible.