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Entre tensiones y acercamientos

A China y la India no los une el amor: los une Trump

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái escenificó un acercamiento entre India y China tras años de tensiones.

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8 de septiembre de 2025 - 18:30 Por Fiamma Tognoli

Las relaciones entre India y China han transitado un camino complejo que combina cooperación pragmática con rivalidad persistente. En el pasado, los lazos estuvieron marcados por un espíritu de solidaridad asiática, simbolizado por la firma en 1954 de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica (Panchsheel).

Sin embargo, esa etapa inicial de confianza se quebró con la guerra de 1962 en el Himalaya, que dejó una profunda huella de desconfianza. Durante las décadas siguientes, ambos países buscaron reconstruir mecanismos de diálogo: la reanudación de relaciones diplomáticas en 1976, acuerdos comerciales en los años ochenta y, sobre todo, el acuerdo de 1993 que estableció lineamientos para mantener la paz en la disputada Línea de Control Real (LAC). Los años 2000 trajeron un renovado impulso con la “Visión Compartida para el Siglo XXI” de 2008 y diversos acuerdos de cooperación tecnológica y económica. No obstante, la sombra de las disputas fronterizas en Aksai Chin y Arunachal Pradesh, así como las tensiones en torno al Tíbet y Pakistán, mantuvieron abierta la rivalidad estructural.

Mirar el presente

El presente está definido por la combinación de pragmatismo económico y tensiones de seguridad. El choque mortal en el valle de Galwan en 2020, que costó la vida a veinte soldados indios y cuatro chinos, marcó el punto más bajo en décadas, reforzando la militarización de altura en la LAC. En 2024, Nueva Delhi y Pekín anunciaron un acuerdo de “guardarraíles” que, sin resolver el conflicto territorial, reforzó los mecanismos de desconexión de tropas y las líneas de comunicación militar-política para evitar escaladas. Aun así, la rivalidad permanece y la frontera sigue siendo el núcleo de la desconfianza.

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Este año se aceleró un deshielo. Tras la visita del canciller Wang Yi a Nueva Delhi, ambos países anunciaron la reapertura del comercio a través de pasos fronterizos en el Himalaya, la reanudación de vuelos directos suspendidos desde la pandemia, y la facilitación de visados para turistas, empresarios y periodistas. También se crearon nuevos grupos de trabajo para acelerar la delimitación fronteriza y mejorar la gestión de la LAC, y se confirmaron apoyos mutuos para las presidencias de los BRICS en 2026 y 2027. Narendra Modi viajó a China para asistir a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, un gesto que evidencia la voluntad de ambas potencias de estabilizar los vínculos en un contexto en el que la relación con Estados Unidos atraviesa tensiones severas, especialmente tras los aranceles del 50 % impuestos por la administración Trump a productos indios.

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái

La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada en Tianjin, reforzó la estrategia china para promover un orden internacional alternativo, centrado en el Sur Global y en fórmulas que reduzcan el peso del dólar y la influencia de Occidente. En ese contexto, el encuentro bilateral entre Narendra Modi y Xi Jinping destacó como un hito del deshielo entre India y China: ambos líderes subrayaron que sus países son “socios de desarrollo y no rivales” y acordaron reactivar mecanismos de confianza tras la crisis fronteriza de 2020. El tono conciliador buscó mostrar una voluntad política de estabilizar la relación, aunque sin tocar todavía los temas más delicados —desde el Tíbet hasta el rol de Pekín en Pakistán— que siguen condicionando cualquier acercamiento duradero.

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La relación, sin embargo, no puede comprenderse únicamente desde el ángulo diplomático. El comercio bilateral, que supera los 100.000 millones de dólares, es una fuente de dependencia asimétrica. India necesita insumos, componentes electrónicos y principios activos farmacéuticos procedentes de China para sostener su industrialización, lo que limita su margen de maniobra frente a una narrativa de diversificación que promueven Estados Unidos y Europa. A su vez, Pekín percibe a Nueva Delhi como un socio importante, pero no igual, y busca estabilizar la periferia mientras avanza en su competencia global con Washington.

Persisten varios ejes de fricción. La brecha de poder es clara: la economía china es alrededor de cinco veces mayor que la india y su presupuesto militar triplica el de Nueva Delhi. La frontera en el Himalaya sigue siendo un foco de militarización con episodios recurrentes de tensiones, mientras que en el entorno marítimo la competencia se expande al océano Índico y al control de puertos estratégicos. También existe rivalidad en el ámbito tecnológico, con India tratando de reducir su dependencia y China reforzando estándares propios. Incluso el agua emerge como un desafío compartido: la hidro política del Brahmaputra y otros ríos exige cooperación en gestión de riesgos, pero subyace la sospecha de que podría convertirse en una fuente de presión geopolítica.

En paralelo, los espacios de cooperación siguen siendo importantes. Foros como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái permiten coordinar posiciones frente a Occidente y reforzar la narrativa del Sur Global. La reanudación de vuelos, visados y comercio fronterizo añade vínculos de sociedad a sociedad que pueden amortiguar las tensiones. En el plano económico, la interdependencia en cadenas de suministro, especialmente en transición energética y electrónica, hace que ambos países tengan incentivos para evitar un deterioro mayor.

China e India miran el panorama geopolítico

El posicionamiento global de cada actor refuerza esta dinámica de equilibrio inestable. India insiste en su política de autonomía estratégica, acercándose a Occidente mediante acciones como pertenecer al Quad y la cooperación tecnológica, pero sin alinearse completamente contra China. Pekín, por su parte, busca mantener a India bajo control, ofreciendo estabilización táctica pero sin ceder en cuestiones de soberanía. Para Estados Unidos y Europa, la expectativa de convertir a Nueva Delhi en un baluarte contra China enfrenta el límite de las dependencias estructurales indias.

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De cara al futuro, el escenario más probable es un deshielo pragmático, con nuevos acuerdos técnicos en la frontera y cooperación puntual en cadenas de suministro, pero sin resolución de fondo. Un segundo escenario posible es el de una coexistencia competitiva intensificada, con más rivalidad marítima y tecnológica y riesgo medio de incidentes. El tercer escenario, menos probable pero latente, es una recaída fronteriza que desencadene una nueva crisis.

El rumbo de la relación se jugará en la implementación de los acuerdos anunciados en 2025, la evolución del comercio bilateral y la capacidad de ambos países para gestionar el delicado equilibrio entre cooperación y competencia. El pasado está marcado por conflictos que son inherentes a la frontera compartida; el presente revela que la necesidad económica impulsa el acercamiento; y el futuro dependerá de si India y China logran transformar este frágil pragmatismo en una estabilidad duradera o si, por el contrario, se mantendrán atrapadas en una rivalidad estructural que marcará el orden asiático y global en la próxima década.

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