16 de octubre de 2025 - 10:24 Por Sarai Avila El alto el fuego entre Israel y Hamás entró en vigor esta semana, dos años después del ataque del grupo islamista al sur de Israel. La tregua, resultado directo del plan de paz de 20 puntos promovido por Donald Trump, marcó el primer respiro tras un conflicto que dejó más de 67.000 muertos y una Franja de Gaza devastada. La firma del acuerdo en Sharm el-Sheij, Egipto, con la presencia de líderes árabes y europeos, fue presentada como el cierre formal de la guerra. Sin embargo, lo que sigue ahora es un proceso de implementación complejo, plagado de condiciones inciertas y desafíos logísticos, políticos y de seguridad.
El pacto contempla una retirada parcial de las tropas israelíes, el intercambio de prisioneros y rehenes, y la entrada masiva de ayuda humanitaria. Pero el punto más difícil, según diplomáticos y analistas, es el desarme de Hamás, condición previa para que Israel se retire por completo de Gaza. Esa tarea, reconocen todas las partes, será mucho más difícil que la negociación del alto el fuego.
Fase dos: el verdadero desafío
El propio Trump declaró desde Egipto que “la Fase 2 ha comenzado”, aludiendo a la etapa que debe definir el futuro político y militar del enclave. Esta fase incluye la creación de una fuerza internacional de estabilización, la formación de un comité palestino de transición y el inicio de la reconstrucción económica. Pero ninguno de esos pasos tiene fecha ni mecanismos definidos.
Egipto, Qatar y Turquía, que oficiaron como mediadores, ya iniciaron reuniones para acordar cómo se desplegará esa fuerza multinacional, que contaría con apoyo financiero de Estados Unidos y participación de países árabes y europeos. En principio, naciones como Emiratos Árabes Unidos, Indonesia y Francia manifestaron su disposición a contribuir, aunque sin compromisos concretos. Ningún país árabe aceptó todavía enviar tropas antes de que Hamás entregue las armas.
Mientras tanto, el ejército israelí mantiene el control del 53 % de la Franja, desde la llamada “línea amarilla”, y planea una retirada adicional hasta la “línea roja” solo cuando se haya desplegado esa fuerza de paz. No existe, por ahora, un cronograma claro para ese repliegue.
Los términos del plan
El plan de Trump, elaborado con asesoramiento del Departamento de Estado y del ex primer ministro británico Tony Blair, prevé que Gaza sea gobernada inicialmente por un comité tecnocrático palestino, supervisado por una “Junta de la Paz” internacional encabezada por el propio mandatario estadounidense. La Autoridad Nacional Palestina asumiría luego el control del territorio, una vez implementadas reformas institucionales.
El documento establece que Hamás no tendrá un papel político ni militar en la administración del enclave. A cambio, a sus miembros se les ofrecería amnistía o salida segura hacia terceros países si renuncian a la lucha armada. Israel se compromete a retirar sus tropas gradualmente, mientras se destruyen las estructuras militares y se reconstruyen los servicios básicos.
La desmilitarización de Gaza es el punto más controversial. Hamás sostiene que no entregará las armas hasta que se reconozca formalmente un Estado palestino, mientras que Israel condiciona su salida total a esa entrega. En palabras del analista palestino Akram Atallah, “a Hamás se le está pidiendo desmantelar su ideología, no solo sus armas”.
Tensiones y posiciones contrapuestas
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu celebró el fin formal de la guerra, pero no declaró una victoria definitiva. En su gabinete persisten divisiones: los sectores ultranacionalistas exigen mantener presencia militar en Gaza hasta el “desarme total” de Hamás, mientras otros ministros apoyan avanzar con la retirada bajo supervisión internacional.
Del lado palestino, Hamás busca conservar influencia en la reconstrucción. El analista Ibrahim al-Madhoun, cercano al movimiento, afirmó que el grupo “está dispuesto a ofrecer concesiones para permitir la rehabilitación de Gaza, pero no se va a evaporar”. La posibilidad de que siga actuando como fuerza política, incluso sin armamento formal, preocupa a Israel y a parte de la comunidad internacional.
En este contexto, mediadores como Qatar y Egipto asumen la tarea de mantener el frágil equilibrio. Analistas israelíes prevén que, si el proceso se estanca, el statu quo podría consolidarse: un Gaza parcialmente controlado por Hamás, con una presencia militar israelí permanente y ataques esporádicos, similar a la situación actual con Hezbolá en Líbano.
Una paz condicionada
Aunque Trump proclamó que “la guerra ha terminado”, varios funcionarios israelíes advirtieron que un solo ataque podría hacer colapsar la tregua. “Si hay un atentado contra nuestras posiciones, después de un minuto, se acabó”, dijo Zohar Palti, ex funcionario del Mossad. El ex enviado israelí Nimrod Novik advirtió que, si en pocas semanas la percepción pública en Israel es que Hamás sigue intacto, Netanyahu podría retomar las operaciones para sostener su coalición política.
El equilibrio interno también depende de Washington. Expertos del International Crisis Group y del CSIS alertaron en Foreign Affairs que el acuerdo podría fracasar si Estados Unidos “se distrae o cede ante la presión de los sectores más duros del gobierno israelí”. Según Emile Hokayem, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, el éxito del plan “requerirá una presión sostenida de Washington sobre Jerusalén”.
La reconstrucción y la crisis humanitaria
Más allá del tablero político, Gaza enfrenta un desafío humanitario extremo. Según estimaciones del Banco Mundial, la ONU y la Unión Europea, la reconstrucción costará al menos 53.000 millones de dólares. Más del 90 % de la población está desplazada, y el sistema sanitario continúa colapsado. La Organización Mundial de la Salud advirtió que más de 15.000 pacientes requieren evacuación urgente.
Los primeros convoyes de ayuda comenzaron a ingresar por el cruce de Rafah, aunque el gobierno israelí redujo a la mitad el número de camiones autorizados tras acusar a Hamás de incumplir el acuerdo de liberación de cuerpos. Organismos internacionales insisten en que la asistencia humanitaria debe ser plena y sin restricciones, pero las tensiones en la frontera dificultan su implementación.
Trump anunció que el objetivo es garantizar el envío de 400 camiones diarios, con un aumento progresivo hasta alcanzar los 600 previstos en el plan original. Paralelamente, la “Junta de la Paz” deberá diseñar un plan económico que atraiga inversiones extranjeras para reconstruir infraestructura, viviendas y redes energéticas.
Los rehenes y los prisioneros
La liberación de rehenes y prisioneros fue el punto más visible de la primera fase. Hamás entregó 20 israelíes con vida y los cuerpos de cuatro fallecidos, mientras que Israel liberó a unos 2.000 prisioneros palestinos, incluidos 250 con condenas perpetuas. Aún quedan 24 cuerpos de rehenes en poder de facciones palestinas, cuya devolución está pendiente.
El acuerdo prohíbe ceremonias públicas o cobertura mediática de los intercambios, y establece un mecanismo de información gestionado por el Comité Internacional de la Cruz Roja. Según fuentes israelíes, el proceso continuará bajo supervisión internacional hasta que todos los restos sean localizados.
En las calles de Jerusalén y Gaza, las escenas fueron opuestas: celebración por los reencuentros familiares, pero también reclamos por las ausencias. Las familias israelíes insisten en que no habrá paz real hasta que todos los rehenes regresen; los palestinos, en cambio, consideran que los prisioneros liberados son “mártires de la resistencia”.
El plan de paz fue recibido con entusiasmo en Washington. En un comunicado conjunto, Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio, calificaron la firma como “uno de los días más importantes para la paz mundial en medio siglo”. En su “Declaración de Paz”, los firmantes —entre ellos Egipto, Turquía, Qatar y representantes europeos— se comprometieron a “desmantelar el extremismo y promover la educación y la dignidad como base de una paz duradera”.
Sin embargo, en el terreno las dudas superan al optimismo. La falta de cronogramas concretos, la ambigüedad sobre la desmilitarización y la ausencia de una autoridad palestina legítima hacen que la paz aún parezca distante. “El plan es intencionadamente vago —advirtió la analista Mona Yacoubian, del CSIS—. Fue diseñado para que ambas partes pudieran aceptarlo sin comprometerse del todo”.