Al papa Francisco le tocó conducir a la iglesia católica en un periodo particularmente convulsionado del escenario global: guerras, autoritarismos, crisis migratorias, pandemias, extremismos religiosos y disputas por el poder geopolítico.
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SUSCRIBITEEl Papa Francisco usó la diplomacia para intervenir en los mayores conflictos del mundo. Su papado fue incómodo para tiranos y fundamentalistas.
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SUSCRIBITEAl papa Francisco le tocó conducir a la iglesia católica en un periodo particularmente convulsionado del escenario global: guerras, autoritarismos, crisis migratorias, pandemias, extremismos religiosos y disputas por el poder geopolítico.
Su opción fue siempre la del diálogo como método y la paz como horizonte, incluso cuando eso implicaba incomodar a los poderosos o quedar en el medio de disputas sin solución inmediata. En tiempos de polarización, eligió no tomar partido por bloques, sino por las víctimas.
Desde el 24 de febrero de 2022, cuando comenzó la invasión de Rusia a Ucrania, Francisco mostró una preocupación constante por la población ucraniana, a la que definió como “martirizada”. Sin embargo, su estrategia fue más diplomática que ideológica: condicionó su presencia en Kiev a ser recibido también en Moscú, para no quedar alineado con una sola narrativa.
Su emisario, el cardenal Matteo Zuppi, intentó una mediación silenciosa y discreta que incluyó gestiones por los más de 19.000 niños deportados ilegalmente por Rusia, lo que provocó tensiones con el Kremlin. La Santa Sede también fue clave en la liberación de dos sacerdotes ucranianos encarcelados por Rusia. A pesar de no obtener resultados visibles, mantuvo una línea de acción coherente y firme.
Francisco también apostó por una estrategia paciente con China, firmando en 2018 un acuerdo histórico –aunque provisorio– sobre la designación de obispos, que fue renovado en 2024 por cuatro años. El objetivo: evitar la clandestinidad de los católicos y fomentar la unidad dentro de una Iglesia dividida entre el control estatal y la fidelidad a Roma.
Pero las relaciones no están exentas de tensiones. China mantiene su reticencia al diálogo pleno mientras el Vaticano continúe reconociendo diplomáticamente a Taiwán. Aun así, Francisco nunca dejó de soñar con visitar la tierra que apasionó a tantos jesuitas.
En América Latina, Francisco se expresó con mayor claridad. En el caso de Venezuela, tras los comicios fraudulentos de 2024, advirtió que “las dictaduras no sirven de nada y acaban mal”. También llamó al respeto por los derechos humanos y al inicio de negociaciones para el bien común del pueblo.
Respecto a Nicaragua, sus palabras fueron todavía más duras. En 2023 calificó al régimen de Ortega como una “dictadura grosera”, comparándola con el comunismo de 1917 y el nazismo del 35. Su apoyo a la Iglesia perseguida en ese país fue constante, y en enero de 2025 reiteró su llamado a respetar la libertad religiosa como condición indispensable para la paz.
El conflicto entre Israel y Palestina fue otro escenario en el que Francisco actuó con una mirada centrada en la humanidad de las víctimas. Mientras pedía paz duradera basada en el diálogo, denunció como “cruel” y “vergonzosa” la ofensiva israelí sobre Gaza. Eso generó una fuerte reacción diplomática de Tel Aviv, que lo acusó de minimizar el contexto del terrorismo de Hamás.
No obstante, Francisco también recibió a familiares de rehenes israelíes, incluidos argentinos, mostrando un equilibrio humanitario que no siempre fue comprendido en clave política. En su visión, no hay guerras justas, y el derecho internacional debe proteger siempre a los civiles.
En 2022, Francisco pidió públicamente que se le permitiera visitar Corea del Norte, como gesto de buena voluntad y para promover la paz en una de las zonas más militarizadas del planeta. Aunque el viaje nunca se concretó, su apoyo al diálogo entre Pyongyang, Seúl y Washington fue constante.
Su insistencia en tender puentes incluso en los escenarios más rígidos habla de un papado que no temió soñar lo improbable. Porque si había algo que Francisco entendía era que la esperanza también puede ser una herramienta diplomática.