23 de mayo de 2025 - 18:27 Por Sarai Avila Cuando el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, aterrizó en Washington para reunirse con Donald Trump, la expectativa era retomar las relaciones bilaterales tras meses de tensión. Pero lo que debía ser un encuentro diplomático se convirtió en una emboscada política. En pleno Salón Oval, Trump bajó las luces y proyectó un video que acusaba a Sudáfrica de cometer un “genocidio” contra la minoría blanca afrikáner. La escena, tan teatral como explosiva, reveló una estrategia política con implicancias globales.
¿Quiénes son los afrikáners?
Los afrikáners, también conocidos como bóeres, son descendientes de colonos neerlandeses, alemanes y hugonotes franceses que se establecieron en el sur de África desde 1652. Formaron una identidad marcada por el idioma afrikáans, el cristianismo calvinista y la producción agropecuaria. A través del Partido Nacional, llegaron al poder en 1948 y establecieron el régimen del apartheid, que impuso una brutal segregación racial hasta su caída en 1994.
Hoy representan apenas el 7% de la población de Sudáfrica, pero siguen concentrando una parte significativa de la propiedad rural. Su rol histórico como grupo dominante durante el apartheid los convierte en una minoría poderosa, pero también en una minoría marcada por el pasado.
La emboscada de Donald Trump a Ramaphosa
En el encuentro del 21 de mayo, Trump sorprendió a Ramaphosa con imágenes de supuestas ejecuciones de granjeros blancos. Afirmó que estos eran víctimas de un genocidio y que Estados Unidos debía protegerlos. El presidente sudafricano respondió con firmeza: “Si realmente hubiera un genocidio, estas personas no estarían aquí, incluido mi ministro de Agricultura”.
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Donald Trump recibió al presidente d Sudáfrica y le hizo pasar un muy mal momento
Trump, sin embargo, insistió. Citó informes dudosos, mostró videos y reiteró que “están matando a los granjeros blancos y les están quitando las tierras”. Las pruebas que presentó incluían imágenes de entierros en la República Democrática del Congo, erróneamente atribuidas a Sudáfrica, y escenas de protestas manipuladas. Incluso se reprodujo el video del líder opositor Julius Malema cantando “Shoot the Boer”, un polémico canto de lucha históricamente asociado a la resistencia negra.
La acusación: el “genocidio blanco”
El término “genocidio blanco” es una teoría conspirativa surgida en círculos supremacistas que sostiene que existe un plan deliberado para eliminar a las poblaciones blancas mediante inmigración, mestizaje o violencia. Popularizada en los años noventa por neonazis como David Lane, ha ganado terreno en sectores de ultraderecha de Europa, Norteamérica y Australia.
En Sudáfrica, esta narrativa se asienta sobre los ataques rurales, en los que han muerto tanto agricultores blancos como negros. Organizaciones como Africa Check y el Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales desmienten que exista una persecución sistemática contra los afrikáners. En 2024, menos del 0,2% de los asesinatos en Sudáfrica involucraron a granjeros blancos.
A pesar de ello, Trump utilizó el concepto para justificar su decisión de otorgar estatus de refugiado a 59 afrikáners que arribaron a Washington en mayo. Según la Cámara de Comercio Sudafricana en Estados Unidos, más de 67.000 personas han mostrado interés en este programa de “relocalización humanitaria”, que excluye a migrantes latinoamericanos, caribeños o africanos negros.
El trasfondo de esta tensión es la reforma agraria sudafricana. En 2024, el Congreso aprobó una ley que permite expropiar tierras sin compensación en casos de interés público. La medida busca revertir siglos de desigualdad: bajo el apartheid, el 80% de la población negra tenía acceso a solo el 7% de la tierra. Hoy, el 72% de las tierras agrícolas sigue en manos de blancos.
Trump y sus aliados –entre ellos Elon Musk, también nacido en Sudáfrica– sostienen que esta política constituye una forma de racismo inverso. Musk ha afirmado que se está “cometiendo un genocidio” contra los granjeros blancos, mientras que el chatbot de su red social X, Grok, difundió mensajes con esa narrativa. Posteriormente, la empresa aclaró que fue un error de programación.
El choque geopolítico
El cruce entre Trump y Ramaphosa no se limita a Sudáfrica. En diciembre de 2023, el gobierno sudafricano denunció a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por crímenes de guerra en Gaza. Washington lo consideró una traición, y en febrero de 2025 Trump respondió suspendiendo toda cooperación exterior con Pretoria. También citó los vínculos de Sudáfrica con Irán como un factor de preocupación.
La recepción selectiva de afrikáners como refugiados, en un contexto de duras políticas migratorias para otros pueblos del sur global, ha abierto una grieta diplomática. El exembajador de Estados Unidos en Sudáfrica, Patrick Gaspard, calificó el supuesto genocidio blanco como un “mito racista”. La organización sudafricana AfriForum, en cambio, celebró la decisión de Trump y denunció una “legislación racial discriminatoria”.
Durante la tensa reunión, Ramaphosa insistió en que la mayoría de las víctimas de la violencia en su país son negros pobres, no blancos ricos. Recordó que Sudáfrica tiene una democracia multipartidaria, con instituciones que funcionan, y que la redistribución de tierras busca justicia, no venganza. Sin embargo, admitió que la inseguridad es un problema nacional.
Sudáfrica, gobernada por el Congreso Nacional Africano (ANC), ya no tiene la hegemonía de antaño. Tras las elecciones de mayo, el ANC formó una coalición con la Alianza Democrática (DA), un partido con fuerte apoyo entre blancos. Este giro político agrega complejidad a una situación en la que cada paso puede leerse como concesión o provocación.
Estados Unidos ha amenazado con boicotear la cumbre del G20 que se celebrará en noviembre en Sudáfrica. Mientras tanto, la figura del afrikáner vuelve a colocarse en el centro del debate global sobre raza, colonialismo y memoria histórica. Desde la ultraderecha, se presenta como víctima de un nuevo apartheid. Desde el sur global, se lo señala como beneficiario de siglos de privilegios.
La estrategia de Trump parecereactivar una narrativa de persecución blanca que resuena en su base electoral, incluso a costa de distorsionar la historia. Frente a él, Sudáfrica ofrece una respuesta más compleja: la de una sociedad que, a pesar de sus desafíos, intenta avanzar hacia una justicia reparadora sin borrar su pasado.