9 de junio de 2025 - 10:28 Por Fiamma Tognoli En una de las acciones militares más significativas desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania en 2022, Kiev llevó a cabo un ataque coordinado con drones en territorio ruso que destruyó más de 40 aviones militares de alto valor estratégico. La ofensiva, conocida como “Operación Telaraña”, afectó al menos cinco bases aéreas en regiones como Murmansk, Irkutsk, Amur, Ivanovo y Ryazan, generando pérdidas estimadas en más de 7.000 millones de dólares y comprometiendo gravemente la capacidad ofensiva aérea de Moscú.
El objetivo principal de la operación fue debilitar la capacidad de ataque rusa, especialmente su flota de bombarderos estratégicos. Entre las aeronaves alcanzadas figuran los Tu-95 y Tu-22M3 —empleados para lanzar misiles de crucero sobre ciudades ucranianas— y los A-50, esenciales para el control y la vigilancia del espacio aéreo. Estos sistemas forman parte de la tríada nuclear rusa, lo que añade una dimensión particularmente delicada al ataque, dadas las implicancias que esto puede tener para la doctrina de disuasión nuclear de Moscú.
La audacia de Volodimir Zelenski
La operación fue ejecutada con drones FPV (First Person View), pequeños, baratos y ensamblados localmente, pero adaptados con precisión para operaciones ofensivas de largo alcance. Los dispositivos fueron lanzados desde camiones camuflados colocados en puntos estratégicos dentro del territorio ruso, a corta distancia de las bases aéreas, y se conectaron a redes telefónicas rusas para operar sin necesidad de enlaces satelitales ucranianos. Según autoridades del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), Ucrania habría logrado previamente inducir una concentración de aeronaves en las bases seleccionadas, incrementando así el impacto de la operación. El ataque fue supervisado personalmente por el presidente Volodímir Zelenski y su ejecución final tomó más de un año y medio de preparación.
El Ministerio de Defensa ruso confirmó los ataques, aunque aseguró haber repelido parte de los drones. Pese a esa afirmación, las pérdidas materiales son irrecuperables en el corto plazo, pero además el ataque complejiza la logística interna rusa, demandando mayor control civil y material de objetos que anteriormente no eran considerados estrictamente militares pero que pueden tener esos usos.
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Ucrania sorprendió con exitosas operaciones de sabotajes contra Rusia.
El simbolismo del ataque fue reforzado por otras acciones paralelas. Se registraron explosiones que provocaron el derrumbe de puentes en las regiones de Kursk y Briansk. Además, se confirmó la destrucción de secciones del puente de Crimea, una infraestructura clave tanto por su valor militar como político: fue construido tras la anexión de Crimea en 2014, financiado por oligarcas cercanos al Kremlin y convertido desde entonces en un símbolo del control ruso sobre la península. La agresión contra ese punto neurálgico representa un desafío directo al prestigio personal del presidente Vladimir Putin.
En respuesta, Rusia lanzó la mayor ofensiva con drones desde el comienzo del conflicto, con un total de 472 drones y siete misiles dirigidos a distintas regiones de Ucrania. Uno de los ataques alcanzó una unidad de instrucción militar ucraniana, provocando la muerte de al menos doce soldados.
Más allá del impacto militar, la Operación Telaraña señala una inflexión tecnológica y doctrinal en el conflicto. Al atacar con herramientas de bajo costo pero alta precisión, Ucrania logró penetrar en la profundidad estratégica rusa y alterar temporalmente el equilibrio operacional del conflicto. Los Estados, incluso en desventaja estructural, pueden modificar la correlación de fuerzas mediante innovación, inteligencia y adaptación.
El ataque también confirma la creciente integración entre esferas militares, tecnológicas y civiles. La guerra ya no se limita a espacios geográficos definidos, sino que se expande transversalmente.
En este marco, la Operación Telaraña no es solo una ofensiva táctica. Es también una declaración de intenciones. Ucrania ha demostrado que no solo puede defenderse, sino que está en condiciones de trasladar la guerra al corazón del aparato militar ruso, trastocando su aparente invulnerabilidad y ampliando los márgenes de lo posible en el conflicto.
Operación "telaraña" contra Rusia
La Operación Telaraña, al haber golpeado severamente la flota de bombarderos estratégicos de Rusia, redefinió no solo la dinámica militar, sino también el clima político en torno a las negociaciones bilaterales entre Kiev y Moscú. El 2 de junio, apenas un día después del ataque —que alcanzó cinco bases aéreas y destruyó más de 40 aeronaves rusas, incluyendo bombarderos Tu-95, Tu-22M3 y aviones de alerta temprana A-50—, las delegaciones de ambos países se reunieron en Estambul. Sin embargo, la expectativa de avances sustanciales era mínima. El conflicto no ha llegado a un punto de agotamiento estratégico para ninguna de las partes, y por tanto, la diplomacia no sustituye, sino que acompaña la confrontación.
Las negociaciones actuales no reflejan una genuina voluntad de paz, sino una continuación del conflicto por medios políticos. Para Rusia, mantener abierta la mesa de Estambul permite proyectar moderación frente a socios estratégicos como China e India, así como frente a actores occidentales como Estados Unidos y la Unión Europea, cuyo rol sigue siendo clave para determinar el flujo de sanciones y apoyo militar. A la vez, le permite neutralizar presiones diplomáticas al mostrar disposición al diálogo, sin comprometer ninguna posición de fondo.
El ataque ucraniano, por su parte, expuso vulnerabilidades profundas del aparato militar ruso. Pero no fue una señal de desescalada, sino de poder relativo proyectado con medios asimétricos. En ese contexto, el encuentro de Estambul fue funcional para Kiev: sirvió para reforzar su imagen de actor dispuesto al diálogo, al tiempo que demostraba iniciativa en el campo de batalla.
Vladimir Putin tildó a Ucrania de “régimen terrorista” y cuestionó la legitimidad del proceso negociador: “¿Quién negocia con terroristas?”, dijo públicamente. Tales declaraciones, si bien dramáticas, no son rupturas reales del proceso diplomático. Según sus propios asesores, Putin aún valora la utilidad estratégica de mantener abierta la vía de Estambul como carta de legitimidad frente a Occidente.
El segundo encuentro en Estambul produjo acuerdos mínimos, como un nuevo intercambio de prisioneros y compromisos humanitarios. Ucrania propuso el retorno de todos los niños deportados por Rusia —al menos 339 identificados—, y presentó un nuevo paquete de exigencias, incluyendo un alto el fuego inmediato de 30 días, el retorno de los territorios ocupados y garantías de soberanía futura. Rusia, en cambio, reiteró su exigencia de neutralidad militar para Ucrania, el retiro de tropas de las cuatro regiones anexionadas, la renuncia a toda aspiración de ingreso en la OTAN, y una declaración de estatus no nuclear. Ninguna de esas condiciones es aceptable para Kiev.
Las condiciones internacionales siguen siendo determinantes. Mientras el Senado estadounidense debate un proyecto bipartidista que impondría aranceles del 500% a países que importen recursos energéticos rusos —con impacto directo sobre India y China—, el presidente Trump ha evitado por ahora activar nuevas sanciones. Trump expresó públicamente que la guerra se asemejaba a “dos niños peleando”, y sugirió que aún no es momento de intervenir con dureza. Esta ambigüedad le otorga margen a Moscú para continuar el conflicto sin consecuencias inmediatas.
Europa, en contraste, ha reforzado su respaldo a Ucrania: el 20 de mayo aprobó el 17º paquete de sanciones contra Rusia, y el 27 de mayo Alemania firmó un acuerdo de cooperación militar con Kiev por 5.000 millones de euros.
Pero ningún actor externo ha alterado aún el equilibrio estratégico del conflicto. El estancamiento sigue siendo funcional para ambos lados, en la medida en que aún conservan esperanzas de cambiar la correlación de fuerzas a su favor. Rusia y Ucrania dialogan para gestionar los costos del conflicto, ganar tiempo, mantener alianzas y reforzar narrativas ante sus respectivas audiencias. En este contexto, la guerra en Ucrania permanece como una expresión concreta de la competencia interestatal sin mediación eficaz. Y si bien las iniciativas diplomáticas seguirán su curso, la lógica del conflicto seguirá predominando.