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Tensión en Cachemira

India y Pakistán y una conflicto que pone en alerta al mundo

A partir del atentado en Cachemira que dejó 26 muertos volvió a poner el conflicto entre India y Pakistán por ese territorio en el centro de la atención mundial.

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8 de mayo de 2025 - 18:33 Por Fiamma Tognoli

En abril de 2025, un atentado en la localidad india de Pahalgam dejó 26 muertos —la mayoría turistas hindúes— y reactivó una escalada verbal y militar. Pakistán denunció que India planeaba una ofensiva. Nueva Delhi lo negó, pero afirmó que ejecutará “acciones contra el terrorismo”. Una vez más, Cachemira volvió al centro de la tensión global.

Cachemira es una región entre India, Pakistán y China, con una población estimada en 13 a 15 millones de personas. Desde 1947, ha sido objeto de una disputa territorial que se mantiene sin resolución, atravesada por guerras, enfrentamientos armados, terrorismo, tensiones diplomáticas y la amenaza persistente del uso de armas nucleares. El conflicto no solo refleja las fricciones bilaterales entre India y Pakistán, sino también intereses geoestratégicos que involucran a China, Estados Unidos y otros actores.

El origen de la disputa

El conflicto de Cachemira tiene su origen en 1947, cuando el Imperio Británico se retiró del subcontinente indio. Al formarse India y Pakistán, los Estados principescos tenían la opción de integrarse a uno de los dos. Jammu y Cachemira eran gobernados por un maharajá hindú, Hari Singh, pero contaban con mayoría musulmana. Singh decidió mantenerse neutral, pero tras una incursión de milicias pakistaníes, firmó el Instrumento de Adhesión con India a cambio de apoyo militar.

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Pakistán rechazó esta decisión y se produjo la primera guerra entre ambos países. El conflicto finalizó en 1949 con la mediación de la ONU, que estableció la Línea de Control (LoC) y pidió un plebiscito para que los habitantes decidieran su futuro. India aceptó la mediación pero nunca permitió el referéndum, alegando que Pakistán no había cumplido en retirar sus tropas.

Desde entonces, se sucedieron tres guerras más: 1965, 1971 y 1999 (Kargil), todas con Cachemira como eje directo o indirecto. El Acuerdo de Simla de 1972 entre Indira Gandhi y Zulfikar Bhutto reafirmó la LoC como frontera de facto y comprometió a ambos Estados a resolver la disputa bilateralmente.

Actualmente, la región está dividida en tres sectores:: India controla Jammu, Cachemira y Ladakh, unos 101.000 km². Pakistán controla Azad Jammu y Gilgit-Baltistán, cerca de 85.000 km² y China administra Aksai Chin (37.000 km²), control que consolidó tras su victoria en la guerra de 1962 contra India.

Además, China firmó en 1963 un acuerdo fronterizo con Pakistán en el que Islamabad le cedió parte del territorio disputado. India considera ese acuerdo ilegal. Esta división convierte a Cachemira en un punto de fricción entre tres potencias nucleares.

Nacionalismo, religión y tensiones identitarias

Cachemira es el único Estado de India con mayoría musulmana. Esta característica ha sido utilizada por Pakistán como argumento central para reclamar la región, en línea con su identidad fundacional como Estado islámico. India, por su parte, se define como una república laica, aunque desde la llegada del partido nacionalista hindú BJP al poder, en 2014, la narrativa se ha vuelto más excluyente hacia las minorías musulmanas.

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En 2019, el gobierno de Narendra Modi revocó el artículo 370 de la Constitución, que otorgaba autonomía a Jammu y Cachemira. La región fue dividida en dos territorios federales. La medida fue celebrada en sectores nacionalistas, pero duramente criticada por organismos de derechos humanos y por Pakistán, que lo interpretó como una anexión unilateral.

Grupos insurgentes y la política del "uso indirecto"

Desde la década del 90, la región ha estado marcada por una insurgencia armada separatista. Grupos como Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammed, presuntamente apoyados por el servicio de inteligencia paquistaní (ISI), han perpetrado ataques contra civiles y militares indios, incluyendo el atentado de Mumbai en 2008 (166 muertos) y el de Pulwama en 2019 (40 policías muertos).

India acusa a Pakistán de aplicar una estrategia de guerra indirecta a través del apoyo a estos grupos. Pakistán lo niega y sostiene que se trata de un movimiento legítimo de resistencia a la ocupación. Esta dinámica ha convertido a Cachemira en un campo de batalla para operaciones de inteligencia, propaganda y terrorismo transfronterizo.

El riesgo nuclear y el dilema de seguridad

India y Pakistán realizaron pruebas nucleares en mayo de 1998, confirmando su estatus como potencias atómicas. Desde entonces, India y Pakistán tienen enfoques muy distintos respecto al uso de sus armas nucleares. India cuenta con lo que se llama una tríada nuclear, es decir, tiene la capacidad de lanzar armas nucleares desde tierra, aire y mar. Esta capacidad le otorga un alto poder disuasorio, ya que puede garantizar una represalia incluso si parte de sus fuerzas fuera neutralizada. Además, India sostiene una doctrina de "no primer uso", lo que significa que se compromete a no usar armas nucleares a menos que primero sea atacada con ellas. Su postura es fundamentalmente defensiva, orientada a mantener la estabilidad y prevenir una escalada.

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Pakistán, en cambio, ha desarrollado armas nucleares tácticas, más pequeñas y diseñadas para ser utilizadas directamente en el campo de batalla, por ejemplo en caso de una invasión convencional por parte de India. A diferencia de su vecino, Pakistán mantiene una política deliberadamente ambigua sobre el posible uso de su arsenal nuclear. Esta ambigüedad busca disuadir cualquier acción militar india, al dejar abierta la posibilidad de una respuesta nuclear incluso ante ataques no nucleares.

Este equilibrio ha generado lo que se conoce como “dilema de seguridad”: cada movimiento defensivo de un actor es percibido como ofensivo por el otro, perpetuando la carrera armamentística. Tanto India como Pakistán han actuado históricamente bajo una lógica de desconfianza estructural. India busca consolidar su hegemonía regional evitando cualquier concesión que debilite su integridad territorial, mientras Pakistán considera que ceder en Cachemira implicaría una derrota simbólica y estratégica frente a su rival existencial. La doctrina de maximización del poder también se refleja en el desarrollo y despliegue de armamento nuclear, el control sobre rutas estratégicas y la competencia por aliados regionales. Incluso los esfuerzos de diálogo, como los procesos de paz de 2005 o los diálogos bilaterales de los años 2000, pueden entenderse como herramientas tácticas de contención más que como compromisos sinceros de resolución del conflicto.

La postura de China: entre neutralidad estratégica y apoyo a Pakistán

China ha mantenido una política exterior pragmática en lo que respecta al conflicto entre India y Pakistán, oscilando entre una neutralidad estratégica y un apoyo constante pero calibrado a Pakistán. Aunque históricamente ha respaldado a Pakistán como contrapeso regional frente a India, ha evitado involucrarse directamente en conflictos bélicos recientes. Por ejemplo, durante la guerra indo-pakistaní de 1965, China ofreció un apoyo diplomático a Pakistán, pero en el conflicto de Kargil en 1999 —provocado por la infiltración de tropas pakistaníes en territorio indio— optó por una postura neutral, instando a una solución pacífica.

En las últimas décadas, China ha buscado mantener relaciones estables con India, principalmente por razones económicas y estratégicas, sin renunciar a su alianza estructural con Pakistán, que considera fundamental dentro del proyecto de la Franja y la Ruta (BRI). En particular, el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) —una infraestructura clave que conecta el oeste de China con el puerto pakistaní de Gwadar— atraviesa zonas en disputa en Cachemira administradas por Pakistán, lo que ha generado fuertes críticas por parte de India. Aun así, para China, Pakistán representa no sólo un socio económico, sino también un aliado estratégico en su competencia con India y, en un plano más amplio, con Estados Unidos.

El acuerdo fronterizo chino-pakistaní de 1963 fue considerado por India como una violación de su soberanía. Sin embargo, China sostiene que las fronteras son negociables una vez que se resuelva el estatus final de Cachemira. Su interés prioritario parece ser la estabilidad regional, clave para sus intereses económicos y su rivalidad con Estados Unidos en Asia.

El rol de la comunidad internacional

La ONU ha aprobado varias resoluciones sobre Cachemira desde 1948, incluyendo la recomendación de un referéndum, que nunca se realizó. Desde entonces, ha tenido un rol marginal. Estados Unidos y la Unión Europea han pedido una solución pacífica, pero evitan tomar partido. Rusia apoya la posición india de resolver el conflicto bilateralmente. Turquía, en cambio, ha expresado abiertamente su apoyo a Pakistán.

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En 2005 se celebró en Washington la 5ª Conferencia Internacional de Paz en Cachemira, que derivó en una declaración conjunta. En 2006, los niveles de violencia disminuyeron notablemente. Sin embargo, la paz nunca se consolidó. Atentados como los de 2008, 2019 y 2025 (Pahalgam) provocan un retorno constante a la lógica de represalias.

Un conflicto estructural, no episódico

Cachemira no es una crisis pasajera. Es un conflicto estructural, donde se superponen reclamos territoriales, nacionalismos, religión, insurgencia, intereses globales y capacidades nucleares. A pesar de los esfuerzos diplomáticos intermitentes, las posturas de India y Pakistán parecen cada vez más irreconciliables: Delhi considera el tema cerrado; Islamabad insiste en el derecho a la autodeterminación.

Cualquier error de cálculo —o cualquier nuevo atentado— podría reavivar una guerra en una región con casi 1.500 millones de habitantes y capacidad para destruirse mutuamente.

Los cachemires viven bajo militarización, censura, violencia e inseguridad jurídica. Las detenciones arbitrarias, los cortes de internet, la represión de protestas y los desplazamientos forzados han sido documentados por ONGs internacionales. En el lado pakistaní, la situación es menos visible, pero también existen denuncias de falta de libertades políticas y manipulación electoral. La promesa de un plebiscito sigue pendiente.

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