12 de octubre de 2025 - 16:57 Por Sarai Avila Francia atraviesa uno de los episodios más tensos de la presidencia de Emmanuel Macron. La renuncia de Sébastien Lecornu, quien había asumido como primer ministro hace menos de un mes, desató un temblor institucional que paralizó el Ejecutivo y reavivó los fantasmas de ingobernabilidad que arrastra el país desde las elecciones legislativas del año pasado. Macron, en una decisión sin precedentes, lo volvió a nombrar cuatro días después confiando en que podrá superar el rechazo de la oposición.
La dimisión se conoció en la noche del miércoles, apenas horas después de que Lecornu anunciara la composición de su gabinete. En un mensaje desde Matignon, explicó que “no están dadas las condiciones para gobernar” y que la falta de consensos parlamentarios hacía imposible aprobar el presupuesto de 2026. También criticó la continuidad de figuras del anterior gobierno, un gesto leído como señal de fractura dentro del oficialismo.
El presidente Emmanuel Macron aceptó la renuncia de inmediato y le encargó una última ronda de consultas antes de nombrar a un nuevo primer ministro “en un plazo máximo de 48 horas”. En la práctica, el Ejecutivo francés queda en funciones, sin horizonte claro y con una Asamblea Nacional fragmentada en tres bloques irreconciliables.
Un tablero parlamentario quebrado
La raíz del colapso se encuentra en la disolución parlamentaria ordenada por Macron en 2024, tras una serie de choques con la oposición. Las elecciones anticipadas que siguieron dejaron una cámara ingobernable: la ultraderecha del Reagrupamiento Nacional (RN) consolidó su crecimiento, la izquierda del Nuevo Frente Popular retuvo fuerza en los centros urbanos y la coalición presidencial perdió la mayoría absoluta.
Desde entonces, cada ley se negocia caso por caso y el presupuesto se volvió el campo de batalla central. Lecornu intentó tender puentes con parte del centroderecha, pero el acuerdo nunca se materializó. Su salida, según fuentes del Elíseo, fue “inevitable ante el bloqueo absoluto”.
Macron enfrenta ahora un dilema triple: designar a un primer ministro de consenso que logre sostener un gobierno minoritario, disolver nuevamente la Asamblea y convocar elecciones anticipadas, o resistir con un Ejecutivo interino a la espera de que la presión política disminuya. Cualquiera de las tres opciones implica riesgos considerables, tanto para la estabilidad institucional como para la economía francesa.
El fuego cruzado de la oposición
La oposición reaccionó con rapidez y sin matices. Desde la ultraderecha, Marine Le Pen sostuvo que “ningún gobierno puede pretender estabilidad si no devuelve la palabra a los franceses”. Su delfín político y líder del RN en la Asamblea, Jordan Bardella, exigió “la convocatoria inmediata de elecciones legislativas” y advirtió que el bloque votará la censura contra cualquier nuevo gabinete que no surja de las urnas.
En la otra orilla, Jean-Luc Mélenchon, referente de La Francia Insumisa y del Nuevo Frente Popular, declaró que “el país no puede seguir gobernado por decretos ni por tecnócratas sin legitimidad”. La coalición de izquierda exige la renuncia del presidente y un nuevo primer ministro de orientación progresista.
El centroderecha, por su parte, adoptó un tono más pragmático pero igualmente crítico. Figuras como Édouard Philippe, exaliado de Macron, han sugerido una salida ordenada que combine la aprobación de un presupuesto de emergencia con elecciones presidenciales anticipadas, una propuesta inédita bajo la Quinta República pero cada vez más comentada en los pasillos del poder.
Macron, contra la cuerda
En el Palacio del Elíseo reina un clima de contención. Voceros presidenciales aseguran que Macron “asumirá sus responsabilidades” y que el reemplazo de Lecornu será designado “con el objetivo de reconstruir una mayoría de acción”. En privado, asesores reconocen la dificultad: los potenciales candidatos enfrentan el mismo callejón sin salida que su predecesor.
El presidente busca una figura capaz de negociar transversalmente, pero los nombres que circulan —tecnócratas moderados o dirigentes de segunda línea— despiertan poco entusiasmo. Según analistas franceses, la renuncia de Lecornu representa un golpe a la autoridad de Macron y marca el final de su estrategia de equilibrio entre derecha e izquierda.
En el discurso oficial, el presidente insiste en que la crisis es “política, no institucional” y que el sistema republicano ofrece mecanismos para superarla. Sin embargo, en la calle y en los mercados la percepción es otra.
Las calles se mueven
Mientras el poder se reorganiza, la tensión social se traduce en manifestaciones diarias. En París, Lyon, Marsella y Nantes, miles de personas marchan contra las políticas de austeridad y las reformas laborales. Los sindicatos convocaron paros sectoriales y advierten que podrían extender las huelgas si el gobierno interino mantiene los recortes previstos en el presupuesto.
Las escenas recuerdan a los estallidos de 2018 con los chalecos amarillos: barricadas dispersas, enfrentamientos menores y un malestar generalizado hacia la élite política. Las centrales obreras calculan más de 200 mil manifestantes en todo el país; la policía, la mitad. Los gremios de transporte y educación anuncian nuevas jornadas de protesta para la próxima semana.
Bruselas y los mercados, en alerta
El impacto europeo no tardó en sentirse. La Comisión Europea expresó “preocupación por la estabilidad política de Francia” y subrayó que París “sigue teniendo compromisos fiscales que cumplir”. Detrás del lenguaje diplomático se esconde la inquietud por el déficit público francés, que ronda el 5% del PBI y amenaza con tensar las reglas presupuestarias de la eurozona.
En los mercados financieros, el anuncio provocó una caída inmediata del índice CAC 40 y un aumento en la prima de riesgo francesa. Analistas de bancos europeos advierten que, sin un presupuesto aprobado, el país podría enfrentar una degradación de su calificación crediticia. El Banco Central Europeo observa la situación “con atención” y no descarta intervenir si la volatilidad se extiende.
Tres caminos posibles
- Nuevo primer ministro, mismo bloqueo. Macron podría designar una figura de consenso temporal que le permita aprobar un presupuesto recortado y sobrevivir al invierno político. Sería una solución técnica y precaria, destinada a aplazar la crisis.
- Disolución y elecciones anticipadas. La alternativa más drástica: convocar a las urnas y redefinir la correlación de fuerzas. El riesgo es evidente: la ultraderecha podría capitalizar el descontento y alcanzar la mayoría absoluta por primera vez.
- Renuncia presidencial. Aunque Macron lo descartó públicamente, algunos sectores mencionan esa posibilidad como salida extrema para evitar el colapso institucional. Sería un gesto inédito bajo la Quinta República y abriría una etapa completamente nueva.
Francia vive así un paréntesis político que nadie sabe cómo terminará. El poder ejecutivo está en funciones, el Parlamento amenaza con bloqueos sucesivos y la sociedad se impacienta ante un sistema que parece girar sobre sí mismo. Macron apuesta a ganar tiempo, pero el reloj político corre en su contra. Cada día sin gobierno efectivo debilita al presidente, refuerza a los extremos y alimenta la sensación de vacío.